Hay momentos en los que la vida se densifica y empastece colocándonos frente a una de sus más esenciales estructuras: la salud.
En su ausencia, parecemos infortunados jugadores que se ven forzados a levantar un trofeo que la vida (sin preguntar) nos concedió. Un objeto tan pesado muchas veces para la fuerza de unas solas manos como indigestible para la razón.
Al tiempo que los pacientes son diagnosticados, calibrados, intervenidos, por su parte las enfermeras preparan sus dosis de cariño y energía para que llega hasta las venas (a veces es lo que más nos cura), para que retomemos cuanto antes el cauce de la vida. Luego ellas se quedan. Reciben nueva gente sin apenas haber podido asimilar las despedidas, sin apenas haber subsanado de sus emociones las heridas. Y cada persona una historia, una sentimiento, un encuentro humano que hace de su dedicación una de las columnas centrales de la estructura social que todos compartimos. Quienes nos acompañan en busca de la salud perdida, necesitan también ser atendidas, reconocidas, reconfortadas.
Vivimos entonces inmersos en un tiempo de tempo lento que apenas nos permite ser quienes éramos y en el que debemos dejarnos atender. Todo se hace nuevo y más si el paréntesis pasajero (como todos esperamos que sea) ha de digerirse dentro de un hospital. Allí el espacio, la movilidad, los sonidos, el descanso, los colores, el instrumental, el lenguaje, la espera, los alimentos, quienes nos cuidan... cambian y adquieren otro sentido, otro lenguaje.
Son estas últimas, fundamentalmente mujeres, las que restablecen nuestra física y química a fuerza de cuidados y amor, además por supuesto de con esos otros remedios y atenciones que por prescripción facultativa se nos van entregando en pequeñas dosis. Ellas son las que inventan razones para batir más fuerte las alas cada mañana, las que hacen de cada cura un instante de paz, las que valorando cada pequeño paso convocan el buen ánimo y la positividad.
Al tiempo que los pacientes son diagnosticados, calibrados, intervenidos, por su parte las enfermeras preparan sus dosis de cariño y energía para que llega hasta las venas (a veces es lo que más nos cura), para que retomemos cuanto antes el cauce de la vida. Luego ellas se quedan. Reciben nueva gente sin apenas haber podido asimilar las despedidas, sin apenas haber subsanado de sus emociones las heridas. Y cada persona una historia, una sentimiento, un encuentro humano que hace de su dedicación una de las columnas centrales de la estructura social que todos compartimos. Quienes nos acompañan en busca de la salud perdida, necesitan también ser atendidas, reconocidas, reconfortadas.
Noches de desvelo, urgencias, tratamientos que se tuercen, días sin parar un minuto porque los ignorantes recortes las obligan a multiplicarse; sonrisas y lágrimas, dolores y analgesias, emociones para dentro, esfuerzos, compromisos y signos totalmente humanitarios.
Estas son algunas de las motivaciones, no todas, que sustentan las atenciones que el proyecto de musicoterapia que la Fundación MUSICOTERAPIA Y SALUD ofrece al personal sanitario del Hospital de la Paz de Madrid.
Estas son algunas de las motivaciones, no todas, que sustentan las atenciones que el proyecto de musicoterapia que la Fundación MUSICOTERAPIA Y SALUD ofrece al personal sanitario del Hospital de la Paz de Madrid.
Paula Ramírez y Pedro Vinuesa dirigen este taller musicoterapéutico destinado a crear un espacio (por lo pronto mensual) en el que ayudar al personal sanitario a recargar las pilas, en el que compartir emociones y expresar desconsuelos, un lugar sonoro para hacerse oír. La música es la principal protagonista, el código de los mensajes, la expresión personal que cada una de las participantes lleva consigo. Con su fuerza, su expresividad y sentimiento, cada cual aporta la sonoridad que necesite, el pulso y el tempo que la vida demanda.
Ya empieza a correrse la voz por todas las unidades. Cada vez más personal del centro quiere asistir, quiere reconfortarse, quiere recibir estos cuidados musicales. La sesión es de una hora protagonizada por la improvisación musical, por el canto y por una pequeña reflexión final.
Desde la Fundación agradecemos a Marisol, responsable de comunicación de La Paz, la oportunidad que nos ha brindado de poder difundir la gran labor que Paula y Pedro desempeñan, esperando que sirva ésta para afianzar el proyecto y hacerlo extensible a más personal sanitario, a más días de sesión, a más espacios musicoterapéuticos. Si cuidamos a quienes nos cuidan, la salud de todos irá creciendo.
Gracias a Cristina, Carmen, María Jesús, María del Carmen, Elena, Asunción, María Antonia, María del Carmen, Alicia, Herminda y Concepción por haber sacado la música que llevaban dentro y por haber participado con tanta generosidad en la sesión del día 13. Esperamos que ese ritmo vitalista se esté irradiando ya por todas las camas del hospital donde se dan a manos llenas.
DG
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